El editor de libros. Crítica

el editor de libros

Comenzare esta opinión siendo fiel a la premisa que sustenta el relato que aborda «Genius» o El editor de libros, título con el que llega a nuestras pantallas esta película del director británico Michael Grandage; y esa no es otra que la mejor manera de presentar una idea, es de la forma mas sencilla para captar la atención de la mayor gente posible.

Así que desde este punto de partida comentaremos que se trata de una película muy recomendable gracias a una impecable composición en la que encajan perfectamente todas sus piezas, para contarnos en definitiva la gran historia de amistad que surgió entre dos grandes hombres de su época; el primero Maxwell Perkins, al que interpreta en uno de sus mejores trabajos de los últimos años un estupendo Colin Firth, que en los últimos años muestra una elevada dosis de acierto en los roles que interpreta, ya sea en El discurso del Rey (papel que le valió un Oscar), Un Hombre soltero o en esa especie de caricatura de James Bond que interpretaba en Kingsman: The secret Service; y el segundo, un Jude Law (Enemigo a las puertas, Cold Mountain; Sherlock Holmes entre muchas otras) que si bien no desmerece la interpretación de Firth, se marca una actuación que en algunos momentos linda el histrionismo, pero a la postre necesaria y de la que sale bien parado en todo momento para representar la figura de Thomas Wolfe, uno de los novelistas norteamericanos más importantes que nos ha dejado el siglo XX.

De esta manera la película, desde el punto de partida de la relación paterno-filial que se establece entre el editor y el novelista desesperado por no encontrar a nadie que este dispuesto a publicar sus mastodónticas novelas, nos muestra una radiografía de la sociedad estadounidense de la época y de los contrastes de clases, desarrollándola a lo largos de los años que transcurren en el Nueva York de la gran depresión de 1929, perfectamente reconstruido en los estudios cinematográficos de la ciudad inglesa de Manchester.

Y es aquí donde vemos la cuidada labor de dirección artística, vestuario y fotografía de la película, que no deslucen el perfecto guion de John Logan (Gladiator, El aviador; El ultimo samurai…) para adaptar la obra de Scott Berg, reputado autor de biografías, desde la del propio Perkins que nos ocupa ganadora del premio Nacional del libro en 1978, pasando por la de otras figuras destacadas de la vida publica americana del siglo XX como Katherine Hepburn, Woodrow Wilson o Charles Lindbergh (por la que gano el premio Pulitzer). A través del libreto de Logan vemos la vida de excesos que desarrolló Wolfe interpretado por Law y cómo Perkins le sirvió para encauzarlos, a modo de ancla y servir de contrapunto en la tormentosa relación que tuvo este con Aline Bernstein, mujer casada 20 años mayor que el novelista, mediante su inclusión en la dinámica de una familia numerosa rodeado de sus múltiples hijas y una esposa devota y comprensiva, un tanto frustrada por ver a su esposo rodeado de tan notables escritores cuando ella nunca ha podido desarrollar profesionalmente dicha pasión.

Ambos personajes interpretados respectivamente por la oscarizada Nicole Kidman (Moulin Rouge, Los Otros, las Horas) encarnando a la amante de Wofe y la nominada Laura Linney (El show de Truman, Mystic River, Las dos caras de la verdad) interpretando a la esposa de Perkins, sirven de contrapunto de los roles principales de los personajes masculinos y llevan el peso de algunos de los mejores momentos de la película. Un buen ejemplo es cuando el personaje de Kidman recuerda al de Firth que Wolfe es como un niño pequeño que que se cansa de sus juguetes al cabo de unos años, o en la que la mujer de Perkins ante la ausencia de este en las vacaciones familiares por estar trabajando en la próxima novela de Wolfe le recuerda que tan importante como su trabajo es no perderse la infancia de sus hijas.

Así vamos viendo el devenir de la vida y trabajo de ambos y cómo se retroalimentan el uno al otro: el personaje de Law permitiendo que el editor pula su prosa grandilocuente para llegar al mayor público posible y dándole un punto de estabilidad en una vida plagada de excesos, y el personaje de Firth encontrado en Wolfe la figura del hijo que nunca llegó a tener y permitiéndole salir de la dinámica rutinaria de su vida.

Por último no sería justo dejar de lado el estupendo papel secundario de Guy Pearce  (Memento, L.A. Confidencial, Prometheus) como otro de los grandes novelistas del primer tercio del siglo XX, F. Scott Fitzgerald, autor del Gran Gatsby, y que irrumpe con fuerza en el tercio final de la película a modo de metáfora de lo fugaz de la fama, angustiado por la enfermedad mental de su esposa y por no poder escribir en su situación actual. Viviendo en una constante estado comparativo de lo que ha sido su gran novela El Gran Gatsby, para recordarle a  Wolfe la importancia de la amistad de Perkins en un momento de crisis de la misma, más preocupado por transgredir a los comportamientos de su época que al sincero apoyo por parte del editor, recordándole que si lo pierde no tendrá a nadie cuando los aplausos desaparezcan.

Conclusión de El editor de libros

Película notable que se sustenta de las sólidas interpretaciones de todo su elenco, muy recomendable para los que disfrutan de los grandes dramas del Hollywood clásico. A través de un relato desde una historia sencilla de la amistad entre dos hombres, nos muestra un retablo de la sociedad americana de los primeros años del siglo XX.

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