El corredor del laberinto La cura mortal. Crítica

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Este viernes llega a nuestras pantallas la última entrega de la saga de El Corredor del laberinto, La cura mortal. Con ella en un principio se concluye la trilogía acerca de unos jóvenes encerrados en un laberinto sin que sean conscientes de que son parte de un experimento sociológico por parte de la megacorporación de turno, C.R.U.E.L, y cuyo propósito es conseguir a través de estas ratas de laboratorio humanas desarrollar una cura contra la enfermedad que está diezmando a la población mundial en una sociedad distópica.

Cuando en 2011 llegó la primera parte de «El corredor del laberinto» (2014), como última muestra de la ola de sagas cinematográficas de corte juvenil basadas en relatos literarios y que tenían como objetivo captar la atención y la cuota de mercado que habían dejado destronados tras la finalización de las mismas las ocho películas de «Harry Potter (2001-2011)» y las cinco de » Crepusculo (2008-2012)», admito que acudí al cine con apatía esperando volverme a encontrar el triangulo amoroso  y la respuesta a modo de rebelión del héroe oprimido de turno.

Para mi sorpresa me encontré una película en la que por primera vez los adolescentes no se presentaban como grandes guerreros hormonados que se dejen llevar por sus pasiones, en cambio, la angustia ante la muerte de sus compañeros o el miedo a la toma de decisiones que pusieran en peligro la vida de sus amigos se alzaban por encima de algunos giros de guion convirtiéndola en uno de los «sleepers» de la temporada.

Esos logros permitieron al director Wes Ball quedar al cargo de las dos continuaciones en las que para mi desgracia, la premisa de la primera película se diluyó en una segunda parte (El corredor del Laberinto: Las pruebas -2016) que volvía a incurrir en los mismos tópicos extrapolables a cualquier titulo juvenil de este corte pero con lo que los productores se garantizaban con la formula a atraer a los cines a las hordas de adolescentes que buscaban un sustituto a «Los juegos del Hambre» (2012). Los estudios se fueron de compras, rastreando cuentos cada vez más indistinguibles de los elegidos y regímenes opresivos del gobierno para potenciales franquicias, con resultados decididamente mixtos.

Desde que Jennifer Lawrence interpreto a Katniss en «Los juegos del hambre»(2008),  el género ha fracasado bastante ignominiosamente; «El juego de Ender»(2013), «Divergente» (2014) y «La Quinta Ola» (2016) demostraron ser sagas menores, como anteriormente el intento con «Cazadores de Sombras (2015)»; y después de una producción retrasada que vio al protagonista serie Dylan O’Brien lesionarse en un accidente en el set, «El corredor del laberinto: La cura Mortal», la tercera y última entrega en las adaptaciones de Fox de los libros de James Dashner, finalmente llega este mes con relativamente poco trompeteo.

Sin embargo, sorprendentemente este retraso acude en ayuda de un mejor desarrollo del libreto, y aunque a mi modo de ver, no llega a las excelencias de la primera parte, supone un buen final de saga. Si se minimizan algunos de los elementos más tontos de la propia trama, cuando no se descartan por completo, y se simplifica la narración a una película de acción emocionante e incluso emocional. Puede que sea demasiado tarde para cambiar el rumbo cultural del género, pero es un alivio ver que al menos una serie logra mantener el aterrizaje.

La Cura Mortal respira el aire del cine de los 70 y los 80. No el cine que cambió la forma de entender cómo se hacían películas, sino el cine de artesanos, dirigido por artesanos, con la intención de llenar salas y entretener, ni más ni menos. Durante las casi dos horas y media de duración, la película lo consigue sin despeinarse porque eso es lo que tiene en mente. Construir una sólida historia, cerrar las tramas de las películas anteriores, ofrecer buenas escenas de acción y tensión. Hay muchos referentes tanto visuales como argumentales que nos vendrán a la mente con La Cura Mortal. Entre ellos el cine de ciencia ficción de los 70 (Desde Cuando el Destino nos Alcance y su suciedad y lucha social, a La Fuga de Logan), el de los 80 (con Mad Max a la cabeza, pero también con detalles de Perseguido, por ejemplo) o los videojuegos (es imposible que en diversas escenas no pensemos en juegos como la saga Fallout, sobre todo cuando aparece el personaje de Walton Goggins y su mundo… de nuevo, parte Mad Max también). El resultado es una mezcla curiosa, entretenida y que es capaz de dejar un cierre mejor, por ejemplo, que el de Los Juegos del Hambre.

El viaje del protagonista, desde el infierno del laberinto hasta el final de esta entrega, es el viaje de un mesías, un elegido, algo que suele funcionar muy bien en este tipo de sagas que reflejan el camino del héroe. Sin embargo que en esta ocasión además incluye varios momentos que son reflejo de la propia religión cristiana, lo que supone una curiosa mezcla de la que no siempre ha estado exento el cine de ciencia ficción, esa combinación con la religión, que aquí toma imágenes, la importancia de la sangre, el sacrificio… Es sutil al hacerlo muchas veces, no lo restriega por la cara del espectador, lo que supone además un tema de inteligencia por parte de sus responsables. Es evidente, pero no obvio.

Iniciando la película con una secuencia de robo de trenes sólidamente ejecutada. Los ladrones en cuestión son Thomas y sus amigos del laberinto Newt (Thomas Brodie-Sangster) y Fritanga (Dexter Darden), así como los combatientes de la resistencia Brenda (Rosa Salazar) y Jorge (Giancarlo Esposito). Su objetivo es un tren lleno de prisioneros jóvenes que se dirigen a una instalación de C.R.U.E.L., entre ellos el camarada capturado del grupo Minho (Ki Hong Lee). Se las arreglan para rescatar con éxito un auto lleno de niños, pero Minho no está entre ellos: ha sido llevado a la sede de C.R.U.E.L. en el mítico último bastión de la civilización de este páramo, el apropiadamente llamado «La ultima ciudad».

Todos se comprometen a rescatar a su amigo o morir en el intento. Esa » Última Ciudad » a la que llegan después de algunos combates de zombis, se asemeja a Hong Kong, un país sin salida al mar, con sus relucientes rascacielos rodeados de enormes muros fuertemente fortificados que impiden que ingrese el canalla que vive en barrios marginales. («Las paredes son nuevas, supongo que esa es la respuesta de C.R.U.E.L. para todo», dice Jorge de Esposito, en uno de varios momentos que parecen establecer paralelismos bastante explícitos con la administración de Trump). En el interior, Minho está sufriendo las torturas de laboratorio de C.R.U.E.L., todas llevada a cabo por un antiguo aliado  de Thomas, emanorado secretamente del interés anterior convertido ahora en traidor, Teresa (Kaya Scodelario).

Luchando por encontrar un camino hacia el interior, Thomas y compañía se mezclan con una misteriosa figura de resistencia con cicatrices horribles (Walton Goggins), así como un personaje inesperado que regresa de la primera película. Una vez que finalmente rompen las murallas de la ciudad, la película cobra vida.

Conclusiones de El corredor del laberiton La cura mortal

«La cura Mortal» ciertamente puede ser víctima de un exceso: el clímax arrastra varias escenas más de lo necesario; el estruendoso diseño de sonido se amortigua con una explosión tras otra, y hay más de unos pocos giros de la trama que parecen haber perdido un contexto importante en la transición a la pantalla. Pero maldito sea si Wes Ball no logra algunos impresionantes tiroteos y escapes de último momento una vez que la acción se vuelve tarareada. «El corredor del laberinto» fue la primera película de Ball, y su capacidad de crear piezas de juego comprensibles ha mejorado constantemente a lo largo de la trilogía.

No tienen mucho presupuesto en comparación, pero cómo lo aprovechan. En definitiva, pasen un buen rato con cine que cada vez parece más escaso. Entretenimiento con sello de artesano. Todo un lujo hoy en día.

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