El fundador pone el dedo en la llaga sobre los orígenes de Mc’Donalds

Querido lector: si todavía no has visto la película de El fundador, la historia de cómo se creó el imperio de Mc’Donalds, entonces no leas este artículo. Te recomiendo que la pongas inmediatamente en Amazon Prime Video, te sientes cómodamente en el sofá y transites conmigo el amargo camino del descubrimiento del origen de las maravillosas hamburguesas de Mc’Donalds.

Algo me pasó viendo esta película: la vi en dos partes. Cuando paré en la primera mitad, estaba completamente convencida de que yo, como consumidora consciente que soy, no volvería a tener el problema de elegir entre Mc’Donalds o Burguer King: la pasión de Nick y Dan a la hora de revolucionar el mundo de la comida rápida fue más que suficiente para convencerme por completo que, lejos de ser la mala corporación internacional que enferma a la gente con diabetes y que busca solamente abaratar los precios de producción mientras te venden un “I’m loving it!” de colores saturados, escondía mucho más.

Te venden una ilusión, un paraíso familiar de colores vivos y llamativos en forma de sofás de plástico, suelos sucios y jóvenes empleados con la desesperanza pintada en su rostro. Pero eres capaz de pasar eso por alto, porque quizás el sueño de Nick y Dan se ha corrompido un poco a lo largo del tiempo, pero sigue ahí.

Entonces, vi la segunda mitad. En esta parte descubrimos cómo Ray Kroc se apodera del control sobre Mc’Donalds, tergiversando y corrompiendo el concepto desde un primer momento y acaparando completamente el sueño de dos hombres con los que no tenía, desde el primer momento, una relación.

Y en ese momento, mi yo millenial del siglo XXI estalla en el sofá y decido que nunca, jamás, volveré a comprar en Mc’Donalds. Sé que no puedo hacer gran cosa en contra de una multinacional cuyas raíces han sido corrompidas por Ray desde un primer momento, brillante y asqueroso tergiversador y falso, pero quiero aportar mi granito de arena. Esto es muy de nuestra generación ¿no es cierto? El hecho de querer hacer algo, lo mínimo que sea, que ayude a cambiar el mundo: reciclar el plástico, ayudar en una protectora, adoptar y no comprar animales: aportar nuestro granito de arena al cambio global.

Somos conscientes de nuestro poder como individuos y sobre todo de nuestros derechos como consumidores, y por tanto a partir de ello decidimos si queremos formar parte o no de la estrategia global de una marca. Este tipo de branding autoconsciente ya se hace con muchas marcas: no compres H&S porque su genérico, Procter & Gamble, experimenta con animales; compra mejor Estrella Galicia y no Mahou porque te hace ser mejor gallego, más unido a tu tierra.

Las elecciones de lo que consumes configuran tu identidad como individuo. Así que… ¿como ser o formar parte de la corrupción sobre la que se montó Mc’Donalds?

De hecho, el branding corporativo ataca precisamente eso: el hecho de construir identidades alrededor de sus productos: eres vital si tomas Redbull y un crack en videojuegos que sabe divertirse si tomas Monster. La guerra entre Cola Cao y Nesquick está servida desde hace tiempo y la de Mc’Donalds frente a Burguer King no deja de presentarse continuamente.

De nuevo, los consumidores modernos nos sentimos jueces con la capacidad de configurar cambios drásticos en grandes empresas: cambios sustanciales y monumentales. Y sin embargo, con nuestra política del boicot no nos paramos a pensar en: ¿y si al dejar de consumir Mc’Donalds al final perjudicamos a personas buenas que trabajan dentro del sistema? ¿Y si nuestra capacidad de sentirnos como dioses omnipotentes juzgando a marcas se convierte en un arma de doble filo?

Al fin y al cabo, no podemos olvidar que la esposa de Ray donó 1,5 millones de dólares (toda su fortuna en el momento) a la beneficencia cuando murió. Y no podemos olvidar tampoco que muchos millones de trabajadores encuentran en Mc’Donalds un potencial empleo.

Ahora mi pregunta es ¿vale todo en los negocios con tal de crecer sin freno? ¿Hasta dónde llega una decisión autoconsciente de no consumir una marca, no porque no te gusten sus productos y precios sino porque se fundó sobre una ética corrupta? Y… ¿acaso no nos sentimos patrióticos con nuestra tierra cuando también está anegada en sangre?

Esta es la reflexión filosófica del día. Al fin y al cabo, El fundador pone el dedo en la llaga en cada Big Mac que tomemos. ¿Estamos ignorando la realidad, apoyándola de forma irresponsable y subliminal? ¿O es cierto eso de que no se puede hacer una buena tortilla, sin romper antes bastantes huevos?

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