El justiciero. Crítica

El justiciero

Hollywood ha perdido ideas, cuando ya hemos visto los remakes de todos los grandes éxitos de los años 80 y 90, no quedaba más remedio que recurrir a las películas broncas de los 70. Ahora es turno de El justiciero la nueva película de Bruce Willis, actor que precisamente fue un ícono del cine de acción de muchas de esas películas que alardeando de un estilo desenfrenado y una violencia no tratada anteriormente en el mundo del cine, que pusieron de moda directores como John McTiernan o Renny Harlin a comienzos de los 90 o Michael Winner y J.Lee Thompson en la década anterior.

Incluso si eres demasiado joven para haber visto El justiciero original (Death Wish -1974-) y sus secuelas, aparentemente infinitas, protagonizadas por Charles Bronson como un vigilante brusco que dispara primero y pregunta después, es más que probable que al menos sepas sobre ellas. Eran notorias hasta en su tiempo.

Por aquel entonces, Bronson resucitó su decadente carrera de hombre duro interpretando a un arquitecto de Manhattan que toma las armas después de que su esposa fuera asesinada y su hija agredida sexualmente por matones, a los que la policía está demasiado ocupada para molestarse en lidiar con ellos. Entonces, para encontrar un sentido a su búsqueda de justicia, él sigue una despiadada carrera de sangrienta venganza. Esas películas no eran lo que alguien llamaría sutiles. Pero sí aprovecharon la furia y la ansiedad latentes en la cultura, especialmente en la frontera del Salvaje Oeste de la ciudad de Nueva York, que les dio una especie de canon iconográfico.

La gente estaba asustada, más o menos de forma parecida a la situación que se vive actualmente con los tiroteos y las revueltas sociales siendo noticia un día sí y al otro también. El héroe vigilante de Bronson era un vengador loco como el infierno que los ciudadanos respetuosos de la ley no podían permitirse. Las películas de Death Wish eran sangrientas caricaturas con un trasfondo depravado. Ahora, más de 40 años después de que Bronson cogiera una pistola por primera vez y comenzara a volar, tenemos a Bruce Willis interpretando a un cirujano del servicio de urgencias de Chicago, que a duras penas puede mantener con vida el flujo constante de víctimas de disparos que se precipitan en su hospital cada noche. Según lo escrito por Joe Carnahan (Narc), la nueva imagen de Chicago en El justiciero está directamente sacada de las pesadillas más febriles del presidente Trump.

Es verdad que al menos trata de ser fiel al introducirnos en el mundo del hampa y de los bajos fondos de la ciudad de chicago, pero lo hace desde el interior de un BMW de alta gama. Un hombre blanco encapuchado, ese es El justiciero, explotando perjuicios socioeconómicos haciendo que la película acabe convirtiéndose en un cliché Trumpista. No estamos en los años 70 y los pobres y las minorías raciales no pueden ser el enemigo del hombre medio americano.

En cualquier caso, criticar a El justiciero por su propuesta indecorosa sería sugerir que alguna vez podría haber un momento apropiado para verla. Dirigida por Eli Roth con la misma sonrisa de complicidad que ha labrado en sus ejercicios anteriores de derramamiento de sangre autoabastecido (Cabin Fever, The Green Inferno, las películas de la saga Hostel), la película es simplemente un thriller de venganza simple y directo, como una provocación falsa, complaciendo desvergonzadamente a la sed de sangre del espectador al tratar de pasar por una sátira autoconsciente.

Como película, es algo más que un remake, es la repetición una y otra vez de un drama de acción. El bucle te hace confundirte cada vez que parpadeas esperando ver la cara de Liam Neeson como héroe testosterónico cada vez que abre los ojos: una familia casi perfecta, una hija levemente rebelde, unos malvados delincuentes (normalmente de etnias minoritarias) y un protagonista muy capaz de resolverlo todo por sí mismo, pero que necesitará el consejo de la vieja generación para ponerse en marcha a golpe de plomo y sangre.

Después de la introducción de sonrisas y presentaciones parece que la película va a coger ritmo, pero eso solo es así porque escuchas los acordes de AC/DC. Es entonces cuando te das cuenta de que el film se va a hacer excesivamente largo y con un final inevitable. Unos cuantos muertos después encontraremos la aprobación oficial, a través del cuerpo de policía para todo lo sucedido. Pero “por las mil naciones del imperio Persa” ya solo nos falta ver a Gerard Butler haciendo de un padre sentido y esposo ejemplar en un drama con la violencia que se supone que quieren los adolescentes.

Por la pasarela de los hombres duros de los 90 hemos visto su corazoncito blando al llegar a la sesentena de Denzel Washington en The Equalizer (El protector-2014-), Mel Gibson en Blood Father (2016), Sylvester Stallone en Una bala en la cabeza (2012) o Arnold Schwarzenegger en El último desafío (2013).

Conclusión El justiciero

La película no aporta nada nuevo, con un guión previsible en todo momento y típicas escenas de acción, sangre y venganza. Este tipo de películas hace tiempo que perdió su carácter macarra para convertirse en moraleja de “DIY” (Do It Yourself: hazlo tu mismo) con final feliz. Durante todo el tiempo te queda la sensación de estar viendo algo ya sucedido, sin embargo, sin muchas pretensiones, visualmente se deja ver y puede servir al concepto de entretener de una forma ligera.

Podemos destacar que no tiene unos grandes efectos especiales, ni unos espectaculares giros del guión, una película del montón para una sobremesa.

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