P’tit Quinquin. Crítica

Mientras los dinosaurios de tío Spielberg copan la mayoría de pantallas, 383 según Rentrak, P’tit Quinquin (El Pequeño Quinquin) consigue tres pantallas: en Barcelona, Madrid y Valladolid. Esta diferencia es abismal, igual de enorme que los objetivos que pretende cumplir la película y su creador. Dumont es un director francés con 9 obras en su carrera, iniciada en 1997. En menos de 20 años el realizador ha conseguido hacerse un nombre en el mundo cinematográfico consiguiendo reconocimientos en el prestigioso festival de Cannes. P’tit Quinquin (El pequeño Quinquin) no fue una excepción, y formó parte de la Quincena de Realizadores del certamen de la Costa Azul. Y eso que lo que se nos presenta como una película de 200 minutos no es tal, ya que se originó como una miniserie de cuatro capítulos para televisión. Por suerte, gracias a su calidad y el nombramiento como mejor película del 2014 por parte de la revista Cahiers du Cinema consiguió que se pensara en ella como una obra para estrenar en pantalla grande.

El film nos sitúa en un tranquilo, pequeño y monótono pueblo ganadero del norte de Francia. Todo sigue su curso; el patriarca cuida su tierra, sus animales y su trabajo. Los niños, con Quinquin a la cabeza, empiezan las vacaciones y solo aparecen por casa para dormir y comer, la recién llegada inmigración musulmana se intenta integrar sin perder sus costumbres. Esa tranquilidad se rompe en el momento en que se encuentran restos de personas humanas dentro de vacas que padecían la enfermedad de las vacas locas. El comandante Van der Weyden y el teniente Carpentier serán los encargados de investigar los hechos.

A pesar de situar el punto de partida narrativo con un caso de investigación, los asesinatos son una excusa y se quedan en segundo plano al ver el enorme ejercicio de Dumont al dotar de personalidad propia a todos y cada uno de los personajes presentes en el relato. El director dibuja un crisol de personalidades, de dudas, miedos, voluntades y secretos. Traza una dura crítica a una sociedad pero dota al relato de un humor surrealismo con el que borra cualquier sensación de adoctrinamiento y de juzgar a sus personajes. El film es una brillante sátira de las contradicciones humanas y un canto hacia la individualidad, aquí señalada con taras físicas, como característica única y diferente de cada uno de los seres humanos cocida a fuego lento.

Los 200 minutos de duración, junto con la manera sui géneris de Dumont de plantear las películas (es decir, escribiendo una novela que posteriormente se transformará en guión) ayudan a que unos personajes adultos con tics, manías y ocurrencias surrealistas (y patéticas) y unos jóvenes rebeldes y seguros de si mismos consigan la total comprensión de un público que asiste al festín con una mirada escéptica pero a la vez cómplice con todos ellos. El director se rodea de actores noveles todos ellos sin estrellas ni caras conocidas para interpretar a todos los habitantes del pueblo. El joven Alane Delhaye interpreta a Quinquin, Lucy Caron a Eve, su compañera de aventuras. Mientras que Bernard Pruvost y Philippe Jore interpretan al comandante Van der Weyden y al teniente Carpentier respectivamente.

Conclusión

P’tit Quinquin (El pequeño Quinquin) es una propuesta de autor alejada de los blockbusters. Originalmente ideada para ser una miniserie de cuatro episodios y transformada en una película de tres horas y cuarto. Un surrealista fresco de personalidades para recordarnos la fragilidad y las incongruencias del ser humano con un humor de lo más estimulante.

NOTA 7’5

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