Revenge. Crítica de la película dirigida por Coraile Fargeat dentro del genero violación y venganza

REVENGE

Si hay un subgénero dentro del cine de exploitation que no ha perdido vigor y fuerza con el paso de los años, es el de las películas de rape y revenge (violación y venganza) tan populares a partir de la década de los 70. En esta categoría entra sin la menor duda “Revenge”, donde ya en el mismo título la francesa Coralie Fargeat, que se estrena como directora con este filme, hace condensación y resumen de la fórmula y temática a la que obedece sin rubor esta película.

Tres hombres ricos se reúnen anualmente para ir de caza en un caluroso e inhóspito desierto. En esta ocasión uno de ellos vendrá acompañado de su amante, una bella y sensual joven que despierta rápidamente demasiado interés en los otros dos, hasta el punto que las cosas se complicarán dramáticamente para ella. La chica será dada erróneamente por muerta y los tres hombres la abandonarán en medio del erial. Gran error, pues esto sólo será el comienzo para una sangrienta e implacable revancha.

Es sorprendente como este tipo de películas a pesar del transcurso de los años sigue siempre la misma estructura, dividiéndose claramente en tres actos. En el primer acto un personaje es violado y abandonado para que muera. En el segundo, el personaje sobrevive y se rehabilita. Y en el tercer acto es cuando llega la venganza y mata a sus violadores. No hay más complejidad que la de este sencillo esquema que Fargeat sigue al pie de la letra, recreándose tan sólo en los detalles y en el tono marcadamente gore de alguna de sus escenas.

Ciertamente el hecho de la violación da pie para lanzar un mensaje obvio contra la cosificación de la mujer, contra el abuso por el macho o machos posesivos, egoístas e inseguros. De esta forma la vendetta se convierte en un acto de justicia, que es el trasfondo moral de este tipo de films, en este caso de justicia feminista, lo cual entronca con el actual mensaje del movimiento “me too”. Pero eso parece interesarle más bien poco a su directora pues todo parece una excusa para decantarse por lo escabroso y sanguinolento, sin profundizar ni por asomo en las motivaciones psicológicas, en las reivindicaciones ni en los sentimientos de los personajes.

Lo que más bien ocupa y preocupa en este filme es hacer un ejercicio estético sobre la violencia y la sangre en sus distintos estados y en sus detalles más truculentos, y en el impacto artístico que sobre los cuerpos heridos y desnudos tiene el desierto y la luz. Como la hormiga que circula sobre la mordida manzana, la autora se recrea en pormenores de crueldad e incurre por momentos en cierto ensimismamiento: como la araña ahogada bajo la orina, el insecto al que gotea la sangre, o la atención en las complexiones físicas de sus dos principales intérpretes.

La protagonista, interpretada por la bella actriz italiana Matilda Anna Ingrid Lutz (que cualquiera diría que es la hermana gemela de Jessica Alba) se transforma de rubia a morena casi de la misma increíble forma en que pasa de inocente víctima a implacable vengadora. En el medio se produce una de las más increíbles resurrecciones y recuperaciones fruto del peyote alucinógeno y analgésico que se introduce no sólo en el cuerpo del personaje sino también en la mente de la mismísima directora y guionista al concebir semejante forma de renacimiento de un personaje dado por muerto. Con ello la historia verídica de “El renacido” o incluso los excesos pulp para la resurrección de Uma Thurman en Kill Bill se quedan en agua de borrajas en comparación con lo que le sucede a la heroína de este filme.

El efecto final es que, pese a sus estilizadas pretensiones de luz y color, a los cuerpos desnudos de los protagonistas principales y a algunas pinceladas estéticas, el contenido del filme cruza la delgada línea roja que hay entre la potente violencia dramática vengadora -con su punto admisible de exageración gore- y el ridículo desbordamiento homoglobínico -es imposible que los cuerpos produzcan tanta sangre- que conducen al espectador a la desconexión dramática, e incluso a una hilarante incredulidad.

No obstante, le concedemos el beneficio de la duda, especialmente para los que mantengan cierto regusto por los productos de sensaciones fuertes sin más pretensiones que las de epatar. Quizás por este motivo el filme fue premiado en la última edición del festival de Sitges, en un exceso de entreguismo y generosidad hacia una película que nosotros consideramos finalmente fallida por derrame y desbordamiento.

Salir de la versión móvil