Este fin de semana hemos podido zambullirnos de cabeza en la primera temporada de Cuckoo, una serie de Robin French y Kieron Quirke. Probablemente los nombres no os digan mucho, ya que es de bajo presupuesto y, por ende, británica. Sin embargo Cuckoo cautiva desde el primer momento con una trama cómica, desenfadada y, a pesar de todo, cargada de amor y de respeto.
La historia trata acerca de Rachel, una joven que se toma un año sabático para conocer Tailandia antes de ingresar en una prestigiosa universidad de medicina de su país. Sus padres, contentos y enamorados, van a buscarla al aeropuerto. ¡Oh, qué orgullosos están! Rachel tiene buenas notas, es agradable, simpática, extrovertida y además, pronto será médico. ¡El sueño de cualquier padre!
Sin embargo, cuando sale del hangar, Rachel aparece del brazo de un hippie americano zumbado y sin afeitar que afirma llamarse Cuckoo. ¿Lo peor de todo? Se han casado mientras estaban en Tailandia y ahora pretenden vivir todos juntos con los padres de Rachel hasta que Cuckoo encuentre la inspiración divina que le hace falta para escribir su libro sobre filosofía moderna (una obra que él afirma, revolucionará el pensamiento moderno).
Pronto Ken (el padre), tendrá que enfrentarse a la idea de tener que sustentar a Cuckoo: un hippie pordiosero que medita completamente desnudo sobre su encimera por las noches, no tiene ningún tipo de respeto a la privacidad y que además va predicando sus ideas acerca del amor, las buenas intenciones, las reencarnaciones y otra serie de creencias de la filosofía tibetana.
Ken se dará cuenta de que está completamente solo en esta silenciosa guerra contra el marido de su hija, que no pretende trabajar y que amenaza con irse a vivir a la calle con Rachel si no le dejan quedarse allí. Y hará todo lo posible para que ese parásito desaparezca de su vida sin destrozar por ello a su familia.
La serie en sí misma es una lucha muy interesante entre la forma de vida contemporánea en oposición a la vida contemplativa. Seguro que muchos recibís estos mensajes de «déjalo todo, cómprate una bicicleta y un perro y vete a conocer el mundo para alcanzar la verdadera felicidad». Pero lo cierto es que esos dos tipos de forma de plantearse la vida a menudo chocan sin que haya una conciliación posible. Levantarse cada mañana, ponerse ropa que ni siquiera te gusta ni te hace sentir bien para ir a trabajar es una metáfora de la esclavitud moderna para personas como Cuckoo, que simplemente quieren vivir el presente. Para otros, el hecho de no arreglarte, usar ropa de algodón y tirarte a meditar un día entero es simplemente pereza y vaguería.
Estas dos formas de vivir la vida quedan perfectamente expuestas en Cuckoo, llena de situaciones cómicas que ni siquiera están forzadas (como el hecho de que tanto Cuckoo como Rachel reconocen haberse casados desnudos).
Los personajes secundarios también son magistrales. La única que no tiene ningún tipo de personalidad es Rachel. El resto están muy bien caracterizados por rasgos, manías y comportamientos típicos. Ken (Greg Davies) es mandón, simpático, honesto y algo casero. Lorna (la madre, interpretada por Helen Baxendale) es simplemente adorable, entrañable y compasiva. Dylan (el hermano pequeño) es un adolescente friki y algo maniático. Los vecinos (Connie y Steve) son cada uno más raro que el anterior y están convencidos de que Rachel algún día se casará con su repulsivo hijo Zeb.
Además, Cuckoo cuenta con una fotografía y una realización impecable que le dan un aspecto de ser de alto standing a pesar de su escaso presupuesto. Tienen chascarrillos que no olvidaréis (especialmente si sois de los nuestros y la veis en VOS) como la fascinación extraña que Cuckoo siente por las… Jacket Potatoes…
Aprenderás cosas como que los bongos pueden tocarse de 400 formas distintas, que lo importante realmente no es cómo sea una persona sino el amor que le profesa a tu hija y que en cualquier familia pueden pasar situaciones realmente divertidas.
Muy recomendable y disponible en Netflix España.