La next gen ya es una realidad, de hecho tendremos que dejar de decir ya lo de «next» porque muchos ya han tenido el placer de poder probarla, es más, la mayoría la tendrán de lanzamiento a finales de mes. Pero con next o sin next, nos ha asaltado nuevamente la duda generacional que aparece cuando cambiamos de consola… ¿cuál es la más potente? Que en mi pueblo sería decir algo así como, -¿va hermosa o qué?-. La respuesta suele ser fácil, se tira de datos técnicos y listo. Al parecer será PS4 la que haga uso del «burro grande ande o no ande», aunque ya no sabemos que pensar, parece que hay una teoría de la conspiración en todo esto.
Que si van a 1080p en una y a 720p en otra; que no, que la otra es que escala mejor y puede meter más carga, que va, esa tiene un diseño feo, que si pero que la otra que es más potente se calienta y tendrán que bajar rendimiento, si, pero es más barata, bueno, pero esta tiene la nube que dentro de poco le va a pegar duro, bla bla bla… hasta que llegamos a la publicación reciente de esta foto que pondrá fin a la susodicha pregunta:
¿Quien la tiene más gorda?
Pues el chip más gordo lo va a tener One, aunque PS4 parece más potente. Vaya chorrada acabo de exponer. Creo que estáis entendiendo a donde quiero llegar con todo esto. La pregunta que tenemos que hacer inmediatamente tras responder a estas dos cuestiones sería la de, ¿y que?, ¿es que el chip gordo da la diversión? Es aquí cuando nos damos cuenta de lo viciado que está el término «videoconsola». Imagino que para algunos lo importante es «tenerla gorda», pero cuando veo que las comunidades de jugones más grandes que se han formado están detrás de títulos que no son un portento gráfico, como son WoW, LoL, o incluso Minecraft, uno se rasca la cabeza cual mono jugando al ajedrez y se pregunta de nuevo, ¿tanto rollo por el chip gordo para esto?
Una videoconsola no es un PC, al igual que un PC no es una videoconsola. Cuando empezamos a hablar de las consolas como si fueran PCs dejamos atrás una pequeña parte de nosotros, esa que aprendimos cuando veíamos los píxeles moverse en la vieja pantalla de tubo. No se vosotros, pero aunque haya jugado a títulos con un apartado técnico soberbio, al final he terminado encendiendo de nuevo mis viejas consolas para rejugar títulos que tengo más que exprimidos.
Parece que las nuevas generaciones de jugones viven más pensando «en lo que se puede», que «en lo que se ofrece». Me parece perfecto que tanto PS4 como One consigan un nivel gráfico espectacular, como lo que hemos podido ver en Forza 5 o The order, pero si al final acabo jugando a mi Master System es que algo está fallando. La sensación general es que ahora para sorprender a los jugadores y dejarlos con la boca abierta es necesario entrar por los ojos.
Estamos tan obcecados por algo tan nimio como es la potencia que nos olvidamos por completo de pilares tan básicos como son la jugabilidad de un título, su capacidad de abstracción, las horas reales de diversión (las horas por conseguir un logro o un trofeo no cuentan), o alegrarse realmente por finalizar una buena campaña. Adiós a saborear el título y sentir esa sensación de victoria al ver los créditos finales y el clásico «The End» en blanco y negro acompañado de una melodía simple y resultona. Nos hemos vuelto desagradablemente críticos. Si vemos una caída de frames crucificamos un juego, si un personaje tiene una animación brusca ponemos al equipo de desarrollo a la altura del betún, y si es exclusivo de la competencia difamamos en su contra por una envidia absurda.
Creo que ahora me entendéis mejor cuando he comentado lo de que hemos olvidado lo que significa realmente para un jugón, que es y que significa una videoconsola.
Al que le gusta jugar juega sin más. Me voy a encender mi Dreamcast.