We Happy Few me ha dejado fría, y carente de Joy. Opinión

Cuando salió We Happy Few fui muy feliz. Realmente feliz. Gracias a Game It conseguí un código para el acceso anticipado, me descargué el juego y me metí en esa increíble obra que mezclaba los libros de Aldous Huxley y de George Orwell en una trama realmente interesante.

En una Inglaterra que ha perdido la II Guerra Mundial, un hombre llamado Arthur, que trabaja para el gobierno censurando noticias y artículos de prensa, descubre un viejo recorte que hace que recuerde a su hermano Percy. Poco a poco se va dando cuenta de que las pastillas que ofrece el gobierno y que se han convertido en un requisito básico para pertenecer a la sociedad, las joy, no solo te hacen olvidarte de lo importante, sino que también condicionan completamente tu comportamiento para que seas sumiso en un estado de pasividad y drogodependencia.

Así que Arthur decide no tomarse la pastilla. Pero en ese momento ya está tomando una elección: ha decidido ser un downer, un aguafiestas, parte del grupo de los degenerados a los que nadie quiere en esa sociedad. La policía persigue a Arthur, le pegan una paliza y lo dejan a las afueras de la ciudad: en los jardines.

Un comienzo similar, un desarrollo diferente

En este punto el acceso anticipado y el juego en abierto cambian radicalmente y dirigen sus caminos a otros sitios: en el We Happy Few al que podéis acceder ahora mismo desde la biblioteca de Steam, vuestra misión y parte de la historia de Arthur será conseguir ir por las vías del tren hasta el sitio al que se llevaron a su hermano. Las claves de We happy few, esto es, la supervivencia en las afueras, ya no son definitivas ni complicadas: con una zanahoria sin pudrir puedes mantenerte alimentado casi un día por completo y el agua que encuentras en una fuente común y corriente saciará tu sed.

Tener una misión y una historia en el juego debería ser bueno para We Happy Few ¿no? Pues sí y no. Para empezar, desde que le metieron ese objetivo a Arthur en la cabeza, este deja de plantearse si realmente estará completamente loco y se pierde toda la esencia de ser un marginado que teníamos en el acceso anticipado. En el acceso anticipado, mientras vivías en las afueras y buscabas una forma de conseguir un traje bonito para pasar por la barrera como si fueras un ciudadano más, te ibas encontrando con diferentes problemas y misiones secundarias: un robo, un loco que corre a toda velocidad, una mujer desquiciada…  y todo esto con la verdadera dificultad de tener que comer alimentos podridos porque la alternativa sería la muerte, algo que no pasa en la edición final.

Sin embargo, ahora el juego solo te permite ir en una dirección: hacia delante, provocando que se vuelva uno de los juegos más pasilleros que he tenido ocasión de jugar. Y quizás el hecho de que fuera pasillero no me habría molestado si hubiera conocido a We Happy Few de esa forma. Pero precisamente la genialidad de haberte sentido como un despojo más, ver la ilusión que es la normalidad o incluso poder ver reflejada la situación de mucha gente en situación de pobreza con lo que le pasa a Arthur, desaparece completamente en este nuevo juego abierto que, ojo, te permite ver la historia de hasta tres personajes.

Ya no es Aldous Huxley, he perdido mi mundo feliz

We happy few tenía una premisa inteligente y potente, cargada de elementos simbólicos que no tomaban al jugador ni al espectador por parte de la masa común y que te obligaban a romperte un poco la cabeza y a extraer conclusiones. En vez de decirte que la gente come ratas debido a la precariedad de alimentos que dejó la guerra, deja que sea el propio espectador el que se debata si esa sociedad tóxica en estado de inminente derrumbe se debe a una guerra, a una peste o al uso indiscriminado de antidepresivos potentes como el Joy. Deja que sean los jugadores los que decidan si son ratas lo que se comen o es solo un símbolo más de la precariedad de una realidad a la que no queremos mirar.

We happy few, antes de convertirse en los intentos de un joven por atravesar las vías del tren para descubrir dónde está su hermano, ayudando a un loco de manual y realizando escasas misiones secundarias de baja complicación, era un juego que te permitía vivir en la piel de un marginado social por una causa política. Era un juego que te inducía poco a poco la locura de la necesidad de drogarte para poder encajar dentro de un mundo en el que los que no se toman su Joy, por muy mala que sea, no son nadie.

Quizás es que abrieron la edición anticipada demasiado pronto. Está claro que aunque los escenarios siguen estando a la altura de las circunstancias, a menudo las animaciones secundarias que se han introducido en un último momento (como de nuevo el loco del almacén) y los modelos en 3D no están a la altura los unos con los otros, provocando que el efecto sea del todo desequilibrado y desalentador.

We happy few iba a ser mi título independiente con el que explayarme y hablar de los peligros de la automedicación y del entretenimiento bruto por el simple hecho de dejar pasar la vida, y sin embargo se ha convertido en uno más. ¿Merece la pena jugarlo? Ahora empiezo a dudarlo. Y, lamentablemente, ya no me hace feliz.

Salir de la versión móvil