Crítica: Nuestro Último Verano en Escocia

Hoy os traemos la crítica de Nuestro Último Verano en Escocia, una de las grandes películas de la última edición del Seminci de Valladolid y que hace tan solo unas semanas pudimos ver, en versión original, en el festival CineEuropa de Santiago de Compostela, donde se alzó con la mejor nota media del público. En los cines habituales podremos verla a mediados de este año, tras el retraso anunciado hace tan solo unos días por la propia A Contracorriente Films.

Nuestro Último Verano en Escocia nos cuenta la historia de Doug y Abi, una pareja divorciada y no muy bien avenida, y sus tres pequeños hijos. Aunque viven en Londres, sus raíces son escocesas, y por ello se tienen que trasladar allí el día del cumpleaños del padre de Doug, el cual está enfermo de cáncer terminal. A partir de ahí los niños toman el protagonismo, dándole un toque disparatado e inocente a la vida familiar.

Guy Jenkin deja su rúbrica de forma impecable en What We Did in our Holiday (como vemos, la versión original no menciona el país británico), una de las películas más entrañables que hemos visto en los últimos tiempos. Aunque el trabajo tanto de dirección como de guión es impecable, y el propio rodaje no fue fácil debido al complicado, aunque acertado uso de la técnica de improvisación, desde el minuto uno se percibe que los tres niños cargarán con el peso global de un filme que intenta dar una visión muy dulce de la muerte y de cómo afrontarla con humor.

Se trata de una filmación cámara en mano que nos ofrece la ligereza en las escenas que pide la película y que se combina grandes planos de la Escocia costera de los Highlands. Un trabajo notable tanto de rodaje como de fotografía, que aunque nos enfrentamos a una película sin grandes virguerías visuales, mantiene el tono global de toda la producción.

Nos encontramos ante un filme sin altibajos, de hecho, consiguió que las risas llenasen el cine en todas las secuencias, gracias a un desarrollo muy ágil y vivo; aunque excesivamente caótico en ciertas situaciones. La película hace gala de un humor inocente, aunque no falto de dosis de profundidad tras la aparición del abuelo, interpretado por Billy Conolly, un contrapunto rebelde y desenfadado al resto del reparto que, aunque mantiene el toque cómico del filme, su humor se orienta más hacia lo absurdo y situacional. Es más, según pasan los minutos, cada vez se marca más que estos quedan como mera comparsa de los cuatro protagonistas del argumento principal.

Una vez más vemos en la gran pantalla un intento por hacernos reflexionar acerca de como pasar los últimos días de una vida, enfrentando al enfermo y a sus familiares, aunque en esta ocasión con el gran acierto de incluir la figura infantil para aportar un punto de vista alternativo a la tristeza, en este caso, potenciado en la hermana menor, una niña muy pequeña y apenas consciente de lo que va a ocurrir.

Estamos ante un cine fácil de digerir, sin guiones grandilocuentes ni reflexiones metafísicas, pero dotado de una gran vitalidad y desparpajo y sobre todo con una filosofía encantadora, capaz hacernos de ver la vida y la muerte con otros ojos. Por todo esto la película tiene tintes de convertirse en uno de los referentes de la comedia británica ligera de los próximos años, demostrando que este tipo de cine casi merece un género propio gracias a una tradición impecable, tanto en la pequeña como en la gran pantalla, con exponentes de la talla de Full Monty, Love Actually o la The Office original con Ricky Gervais al frente.

Conclusión:

Nuestro último Verano en Escocia cuenta con la grandeza de ser capaz de diluir la tristeza por la muerte de un ser querido en un mar de risas, gracias a tres pequeños titanes, inmersos en un rodaje atípico y sin guion, que nos sacarán más de una carcajada y harán que no apartemos la vista de la pantalla hasta que nos levantemos de la butaca, dejándonos con una sonrisa tonta y una sensación de tierna melancolía durante varios días.

Nota: 7,5

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